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Mostrando entradas de enero, 2014

Día ciento sesenta y tres.

Bastardos no quieren pan quieren perros que maltratar. Ya siento algo aunque no me drogue y he dejado de echar carreras con Selene pero, joder, qué difícil es madurar cuando lo haces con 6 años, te vuelves imbécil a los 21 y vuelves a madurar con 24, ¿no? He descubierto la filosofía budista y la paz interior, ni siento ni padezco, me como las humillaciones y las malas palabras a cucharadas como si fuesen chocolate derretido con sabor a limón. Me he enamorado de la vida, me cogió de la muñeca y me hizo dar un paso atrás, me enamoré. Me había vuelto completa e irremediablemente loca y, sin marcha atrás, había entrado en una caída libre a la nada. A la mierda, al vacío. Aún así, sumida en la más profunda oscuridad como estaba, aún me pasaba dos tercios de mi día diciendo gilipolleces y regalando galletas cosa que, obviamente, no ha cambiado. Viva el pollerpower. Mientras tanto me ardía el corazón, ¿pero qué importa un corazón entre tantos? Ahora lo entiendo. Ya no me muerdo la len