Día ciento sesenta y cinco.

Por fin he encontrado el verso que me faltaba para el poema acróstico que es la vida.

Ayer pude ver que la luna era verde.

No sólo eso, miro por la ventana y veo cómo me mira verde y oronda mientras yo doy tres mil cuatrocientas cincuenta y dos vueltas en la cama. Le doy la espalda pero sigo notando su fría y gris mirada clavada en la nuca. Bajo de la cama. Pie derecho. Pie izquierdo. Deambulo por un pasillo infinito chocándome contra miles de cosas que antes no estaban ahí y que no recuerdo haber puesto, ¿no recoge uno lo que siembra? Llego ante una puerta desconocida para mí... ¿dónde estoy? Toco el pomo dispuesta a comprobar a dónde da la puerta pero no puedo abrirla porque me quemo, al apartar la mano veo cómo en mi palma reluce de un color rojo sangre tan brillante como el canto de los grillos la frase "I must not tell lies", miro de nuevo hacia la puerta y en lugar del pomo ahora hay una pluma que cae delicadamente al suelo mientras llora sangre. De pronto una risa me congela los pies. No está delante ni detrás, está dentro de mí. No es lo que digan los demás, siempre soy yo. Echo a correr pero no puedo, una jaula de cañas de bambú me rodea ahora y sólo veo una enorme cara blanca que se acerca riendo a carcajadas. Pero ya no está, vuelve a estar en mi cabeza. Tengo que salir de aquí. Ya no hay jaula. Ahorro corro. Choco contra un muro de cartón cubierto de frases de ánimo pero la tinta intenta intentar mantenerse y no lo consigue, comienza a deslizarse por el cartón hasta llegar al suelo pero ya no hay suelo y caigo. En mi caída me rodean miríadas de sonrisas. No. No. No son sonrisas son risas. Se están riendo de mí. Millones de manos apuntan con dedos corrompidos en mi dirección. Comienzo a escuchar los murmullos que llegan de todas partes. Lloro y vuelven las risas. Recuerdo la luna verde, maldita Selene. Y al mirar hacia arriba la veo de nuevo, ahora ella sonríe desde su trono lunático. ¿Y yo por qué lloro? Igual que ando dando paso tras paso salta una última lágrima de cada ojo. Y toco el suelo. Ya no hay risas ni murmullos ni dedos podridos que me señalen. Noto que algo se mueve a mi lado y al girarme veo de frente al Lobo Azul. Me mira con sus preciosos ojos color miel y me sonríe mostrándome los colmillos, con una leve reverencia me invita a subirme a su lomo para echar una carrera con Selene. No tengo miedo porque el Lobo está conmigo. Subo y volamos hasta que la furia del viento que me da en la cara me fuerza a sonreír. Con él puedo atravesar ríos de tinta y hiel. No recuerdo por qué lloraba pero sé que lo he hecho porque guardo una pequeña lágrima en la comisura de los labios. Llegamos a un bosque rojo como el fuego. Hace calor. El Lobo comienza a jadear y se para en seco. Frente a nosotros hay una enorme figura encapuchada. No tengo miedo. Recuerdo sus ojos color miel. Comienzo a flotar. Abro la puerta. Ahora está frente a mí. Me apunta. Despierto.




*MissLessEverything

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